lunes, 19 de julio de 2010

Noche y Día: ¿Realismo? ¿Para qué?

La primera secuencia ya lo anuncia a gritos: “Soy una película idiota y me enorgullezco de ello”. Y esa es la gran virtud de Noche y Día: nunca se toma en serio a si misma, por lo que el espectador no se siente en ningún momento insultado por el gran despliegue de estupideces y fantasmadas que ofrece la cinta de James Mangold, director que ya demostró su capacidad en El tren de las 3:10, En la cuerda floja o Identidad. Encabezada por dos clásicos del taquillazo de capa caída, Tom Cruise y Cameron Diaz, narra la historia muy simplona. Ella es una chica normal y él un superespía. Él hace cosas de superespias y, sin querer, ella se ve envuelta. Él se dedica a salvarla a ella y al mundo varias veces y final de la película.

El tono de la película es totalmente cómico, y el personaje de Cruise es un héroe invencible, sin fisuras ni debilidades, que es capaz de enfrentarse esposado a quince enemigos en un avión que está a punto de estrellarse y tenerlo todo bajo control. En este sentido recuerda mucho más a las cintas de acción de los años sesenta que a las tramas complejas y a los héroes débiles tan habituales en la era post-Bourne. Las secuencias de acción están rodadas con mucha habilidad y con mucha brillantez, muy espectaculares a pesar de que los efectos especiales te trasladen en algún momento a finales de los noventa. Por su parte, la trama y los diálogos son una colección de tópicos ochocientas veces vistos, sin embargo su ritmo les da mucha gracia. Sí, uno se ríe con Noche y día. También se ríe de ella, pero en este caso da la sensación de que esa es la intención de Mangold. Se agradece, porque aunque la película no pasará a la historia, al menos no se puede meter en el saco de las películas de acción idiotas que trataban inútilmente mantener la dignidad como xXx o El Rey Escorpión.

O quizá sí que puede pasar a la historia del cine por uno de los errores más épicos que se recuerdan en una película americana. Y es que la última secuencia transcurre en Sevilla... en pleno San Fermín. Y no es que sea algo parecido a San Fermín en una ciudad que parece ser Sevilla. Al inicio de la secuencia un cartel nos sitúa inequívocamente en "Sevilla, España" y posteriormente un personaje, interpretado por Jordi Mollà para más señas, nos especifica que “es el día que se celebra San Fermín”. Las carcajadas en el cine de Pamplona donde vi la película el 15 de junio estaban fuera de control. Gente vestida de San Fermín, txarangas tocando el Uno de enero, dos de febrero, gigantes, cabezudos y el encierro con la Giralda de fondo. ¿Extraordinario error? Puede ser. Desde luego es la primera explicación que viene a la cabeza, pero dando un par de vueltas al asunto, es evidente que no es así. Es evidente que James Mangold y el resto del equipo era perfectamente consciente de que San Fermín se celebra en Pamplona y no en Sevilla. Para empezar, el villano del film es interpretado por el ya mencionado Jordi Mollà, quien seguro que aviso al director de la pequeña deslocalización geográfica en la que incurría el guión tras la primera lectura. Segundo, a poco que uno de los cinco guionistas del film (¿para qué tanto si el libreto lo puede escribir un crío de ocho años?) hubiera buscado algo sobre San Fermín en el Señor Google, ni que fuera sólo para buscar ideas, habría advertido el error. Tercero, el hecho de que la película clave las canciones típicas que tocan las txarangas y el aspecto de los gigantes (que en algún caso son idénticos a los pamplonicas, concretamente se ve claramente al Rey de Europa) evidencia que hubo una cierta investigación. Además, esas secuencias se rodaron en Sevilla y Cádiz. Es decir, tuvieron que pedir permisos y eso exige una mínima explicación de que vas a rodar, por lo que es difícil de creer que nadie de la administración andaluza dijera “oiga, que eso no se hace aquí”. Entonces ¿porqué? Puede haber miles de causas, desde temas de producción (Sevilla está mucho mejor comunicada que Pamplona y en Andalucía hay muchas más productoras locales que podrían colaborar en el rodaje que en Navarra), climatológicas (pregunta de Trivial ¿Cuántas posibilidades hay en Sevilla de que la lluvia te joda un día de rodaje y cuántas hay de que eso ocurra en Pamplona?) o artísticas (Sevilla es lo que los malos escritores llaman "un marco incomparable" mientras que Pamplona, para qué nos vamos a engañar) no lo es. Aceptando la tesis de que el “error” fuera voluntario ¿es aceptable? Pues... ¿porqué no? Al fin y al cabo en el cine todo es mentira, empezando por la sensación de movimiento en pantalla, y más en el género de la ficción. ¿Es necesario que cualquier película se ajuste totalmente al mundo real? ¿Es necesario que en una película de situada en 1600 se adecúe cien por cien al vestuario de la época? ¿Estaría mal que, por ejemplo, para destacar que un personaje es un adelantado a su tiempo lleve un traje que correspondería a un siglo después? ¿O simplemente para crear más diferencias entre los personajes para que el espectador no los confunda? Habrá quien diga que luego el espectador se cree que las cosas son como las ve en pantalla pero ¿eso es problema del cineasta o del espectador inculto? Posiblemente nadie se hubiera creído que el emperador Cómodo murió luchando contra un gladiador como en Gladiator si hubiera un mejor sistema educativo. Si una película aspira a representar a la perfección cualquier hecho real como Waterloo de Sergei Bondarchuk fantástico, pero si no ¿qué más da? Trasladar 900 kms los Sanfermines puede parecer exagerado, pero hablamos de una película en la que un tipo tras cargarse a ocho tipos en un avión a punto de estrellarse se para unos minutos a tomar un mojito con una rubia y en la que una manada de toros arrolla varios coches. Esto es una atracción de feria, no una entrada en la Enciclopedia Britanica. Ni en la Wikipedia.

domingo, 4 de julio de 2010

Contra el wirbelsturm, doble pivote

Sudáfrica parece haberse empeñado en dar la razón a la célebre frase de Lineker “el fútbol es un deporte que juegan once contra once y al final siempre gana Alemania”. En dos rondas eliminatorias ha liquidado a dos selecciones que llegaban al Mundial como favoritas. 4-1 frente a Inglaterra de Capello y 4-0 ante la Argentina de Maradona. Impresionante. Se plantó en Sudáfrica sin más ruido que la lesión de Ballack y ha sorprendido por su presión feroz en defensa y su velocidad en ataque, liderados por un titánico Özil y por un Klose que si rindiera en sus clubs como en su selección habría sido uno de los mejores nueves de todos los tiempos.

España aterrizaba en el campeonato como gran favorita al título, pero esa condición se esfumó a la primera tras la derrota ante Suiza. Superó con más sudor de lo esperado la fase de grupos y superó por la mínima a Portugal y a Paraguay. Casillas, pese al partido de cuartos, no acaba de transmitir la seguridad que se presupone a uno de los mejores porteros del mundo, Iniesta es una sombra de si mismo tras una temporada acosado por las lesiones y algo parecido se puede decir de Torres. Xavi parece algo cansado tras dos temporadas a un nivel estratosférico, por lo que la selección se aferra al instinto goleador de un Villa en permanente estado de gracia. Con todo, ha conseguido llegar a semifinales de un Mundial por primera vez en su historia (en Suecia 50, en la que España quedó cuarta, se jugó con un sistema de doble liguilla, sin fases de eliminación directa) haciendo algo que normalmente se atribuye a los equipos con “espíritu campeón”: ganar sin jugar bien.

Visto lo visto, parece que Die Mannschaft debería ser la gran favorita en la semifinal. La camiseta Alemana – y las camisetas juegan- ha ganado tres Campeonatos del Mundo y ha llegado a otras cuatro finales, siendo la selección que más ha jugado con un total de siete. Habrá quien recuerde que hace dos años España ya los derrotó en la final de la Eurocopa, pero reencontrarse con antiguos vencidos no suele ser un buen negocio en estas competiciones. Además, aquella Alemania estaba liderada por Ballack, un jugador tremendamente mediático pero con muy poca inteligencia futbolística y que muchos consideran gafe por llevar el dorsal 13 y por haber perdido todas las finales internacionales que ha jugado (con el Bayer Leverkusen, la final de la Champions 2002 frente al Madrid; Con el Chelsea la de 2008 frente al Manchester United, y con la selección perdió la final del Mundial de Corea-Japón de 2002 ante Brasil y la de la Eurocopa de Austria y Suiza de 2008 frente a España). Su ausencia ha liberado a Özil y a Schweinsteiger que ahora lideran brillantemente el centro del campo germano.

Sin embargo, los de Joachim Löw no se encontrarán el aeropuerto en el centro del campo que se encontraron ante Inglaterra y Argentina. Frank Lampard y Steven Gerrard son dos extraordinarios jugadores, dos de los mejores centrocampistas del mundo, pero por alguna esotérica razón nunca han cuajado bien juntos. A su lado estaban Gareth Barry (Manchester City) y James Milner (Aston Villa), buenos jugadores pero no lo suficiente para una empresa del nivel de un Mundial. El caso de Argentina es todavía más exagerado: Maradona alineó a un solo centrocampista: Javier Mascherano. Junto a él, reconvirtió a Messi en mediocentro. La Pulga hizo lo que pudo en esa posición, pero lo suyo no es hacer circular el balón, lo suyo es enloquecer a las defensas rivales y a 40 metros de la portería rival eso es casi imposible. España es otra historia. Tiene el que seguramente sea el mejor centro del campo del mundo y un muy discutido doble pivote que, esta vez sí, puede ser la gran medicina contra la velocidad que imprime Alemania a la circulación del balón. Además, los bajitos españoles –Xavi, Iniesta, Cesc y Silva- son de los pocos que pueden robarles el balón en el minuto uno y devolvérselo tras el pitido final como sucedió en la final de la Eurocopa. Otro problema que deberá enfrentarse Löw es la baja por acumulación de tarjetas de Müller, que comparte con el Torpedo algo más que el apellido: también su capacidad para golear. Además, la solvencia con la que Alemania ha despachado sus encuentros de octavos y cuartos es un arma de doble filo. Da confianza, pero puede hacer que te olvides de lo que es sufrir, y en el fútbol no saber sufrir cuando las cosas van mal puede ser mortal. Y si no, preguntádselo a Brasil.