domingo, 21 de marzo de 2010

El brasileño que corría más que los coches que conducía

Las calles del principado de Mónaco estaban inundadas aquél 3 de junio de 1984. Alain Prost, subcampeón del mundo en 1983 y líder del campeonato en ese momento, sufría para mantener su McLaren sobre la pista. Por detrás un joven brasileño que disputaba su séptimo gran premio había remontado, a los mandos de un limitadísimo Toleman-Hart, desde la decimotercera plaza hasta la segunda, adelantando incluso al entonces bicampeón Nikki Lauda. Su ritmo era cuatro segundos por vuelta más rápido que el francés. En la vuelta 30, la distancia entre los dos era de quince segundos. Al final de la 31 los dos coches estaban pegados. Era evidente que el liderato del francés tenía los metros contados. Los comisarios detuvieron la carrera en la vuelta 32, poco antes de que el novato adelantara a ‘El Profesor’. En caso de pararse la carrera, la posición final es la del giro anterior a que se muestre la bandera roja, por lo que la victoria fue para Prost. En el podio, el francés respiraba aliviado. A su lado, la cara del talentoso brasileño no era la de un principiante que había quedado segundo en el mítico Mónaco, en unas condiciones imposibles y con un coche destinado a la parte baja de la tabla. Era la cara de un piloto ambicioso que sentía que le habían robado una victoria que merecía. Era Ayrton Senna y se acababa de presentar en sociedad.

En aquella carrera -además de suponer la primera piedra de la rivalidad Senna-Prost, seguramente la más intensa de la historia de la Fórmula 1- quedaron patentes las cualidades que convirtieron a ‘Magic’ Senna en uno de los mejores pilotos de la historia. Nacido hoy hace 50 años, el 21 de marzo de 1960, era atrozmente rápido, con una capacidad de concentración extraordinaria, capaz de pilotar bajo el diluvio universal con la misma facilidad que en una soleada tarde de agosto, capaz de adelantar a seis pilotos en una sola vuelta, incluyendo a Prost y Schumacher, como en Nürburgring en 1993. "Era mucho más rápido que tú conduciendo el mismo coche y tan rápido como tú, con un coche inferior", dijo Alain Prost. Y si todas estas cualidades no eran suficientes para ganar, también tenía unos defectos que le ayudaban a alcanzar la victoria: era engreído, prepotente, intolerante con sus rivales, poco escrupuloso y, si era necesario, hasta violento. No tenía suficiente con autoconsiderarse el mejor, si le molestabas te echaba a empujones de la pista. Ganó su segundo título en 1990 embistiendo por detrás a Prost en la primera curva del GP de Japón, devolviéndole la moneda al francés que un año antes se proclamó campeón tras un accidente con Senna. En 1993, tras la carrera de Suzuka, propinó un puñetazo a Eddie Irvine porque este no le había dejado pasar a pesar de llevar una vuelta perdida.

Devoto cristiano, en 1988 Senna controlaba el Gran Premio de Mónaco con tiránica autoridad, pero su orgullo le dominó y quiso doblar a su compañero de aquipo y eterno rival, Alain Prost. A doce vueltas del final estrellaba su McLaren contra los guardarraíles monegascos. Salió del coche y abandonó el circuito antes de que acabara la carrera para encerrarse en su apartamento durante dos días. De ahí surgió un Senna iluminado que mantenía charlas con Dios y que era instruido para ser mejor persona. Trabó amistad con Ron Dennis, Gerhard y Rubens Barrichello, a quien visitó cuando estaba ingresado en el hospital tras sufrir un tremendo accidente en los libres apenas unas horas antes de su propia muerte. Poco después de su fatal accidente se supo que había donado grandes cantidades de dinero a orfanatos brasileños y puso las primeras piedras de lo que más tarde sería el Instituto Ayrton Senna, que procura ayuda y educación a los niños de las favelas de Sao Paolo y Río de Janeiro y que hoy preside su hermana Viviane.

La vida del genio acabó en la curva de Tamburello, el 1 de mayo de 1994, durante la octava vuelta del fatídico GP de San Marino que jamás tuvo que haberse disputado –Roland Ratzemberger ya había perdido la vida el día anterior en la Villenueve Cuva y las leyes italianas exigían que un evento deportivo debía suspenderse en caso de que un competidor muriera-. Como si Dios, en una de esas animosas charlas que parecían tener, le hubiera dado alguna pista del destino que le aguardaba, Senna parecía extrañamente perturbado ese día, tras el tremendo accidente de Barrichello y la muerte de Ratzemberger. Antes de la carrera pasó la mañana reuniéndose con diversos pilotos con la intención de crear una asociación para exigir mejoras en la seguridad. Antes de salir a pista, apoyó sus manos en el alerón trasero de su Williams-Renault FW16 y lo contempló durante varios minutos. Subió al coche y antes de parar en la parrilla dio tres vueltas al circuito Enzo e Dino Ferrari, en vez de las dos que solía dar. Poco después perdería el control de su Williams y se estrellaría contra el muro a 310 km/h mientras marchaba, por delante de Schumacher, en primer lugar. El primer lugar que él consideraba suyo e intransferible. Tras el impacto, su característico casco amarillo se sacudió dos veces. Después, silencio.

La muerte de Senna cambió para siempre la Fórmula 1. Se mejoró la seguridad y Robert Kubica o los hermanos Ralf y Michael Schumacher pueden decir que si están vivos es gracias a las modificaciones del reglamento realizadas tras la carrera de Imola, pero también dejó huérfana de estrellas a un deporte que se quedó con Michael Schumacher como única referencia y que todavía hoy busca reencontrar una rivalidad como la que Senna protagonizó con Alain Prost, quien aseguró que la muerte del brasileño “era predecible porque él iba más rápido que los coches que conducía”.

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