lunes, 19 de octubre de 2009

La leyenda del Brawn Volador

Lo reconozco, no me voy a esconder. Yo fui uno de esos listos que cuando vieron los tiempos estratosféricos que los Brawn marcaron en aquellos lejanos tests de pretemporada dijeron "¡Buh! esto es puro marketing. Necesitan urgentemente patrocinadores y la mejor manera que tienen de conseguirlo es salir a pista sin gasolina y romper el cronómetro, pero cuando empiece la competición se verá cual es su sitio. Seguro que el coche es bueno, pero no tanto".

En una cosa teníamos razón: la llegada del Gran Premio de Australia les puso en su sitio: Jenson Button vencedor, Rubens Barrichello en segundo lugar y servidor con cara de panoli. Uno no puede sino quitarse el sombrero ante la que se ha convertido en la primera escudería en ganar el campeonato del mundo de Fórmula 1 el año de su debut.

Y sobre todo quitarse el sombrero ante el genio que es Ross Brawn, responsable en la sombra de los siete campeonatos mundiales de Michael Schumacher. Él fue el encargado de planificar las brillantes estrategias de carrera a lo largo de toda la carrera de el Kaiser, como las sorprendentes cuatro paradas en boxes del alemán en el Gran Premio de Francia que le sirvieron para birlarle a Fernando Alonso una victoria que tenía en el bolsillo. Ahora suma a su palmarés la nada desdeñable hazaña de ganar el campeonato de constructores y el de pilotos con un equipo comprado por la suma simbólica de 1,20€ (Sí, tal cual, sin la coletilla de “millones”. Lo mismo que un café o menos). Con un presupuesto aplastantemente inferior al de Ferrari, Renault o Toyota ha dominado el mundial con la única y lejana competencia de los también sorprendentes Red Bull. Ross sabía que tenía coche para ser campeón del mundo. Por eso cuando una Honda agobiada por la crisis y la falta de resultados deportivos tomó la decisión de abandonar el mundial, él hizo todo lo posible para sacar el equipo adelante, aunque ningún directivo de la empresa nipona creyó en él. Hoy en Japón deben estar tirando tabiques a cabezazos.

El Mundial de 2009 ha sido un campeonato extraño. La tormentosa pretemporada, con los cambios de reglamento a última hora y las amenazas de ruptura de los equipos que desembocó en el anuncio de que Max Mosley no se presentaría a la reelección a la presidencia de la FIA ya presagiaban una temporada singular y movida, pero nada parecido a lo que finalmente ha sido. Con Ferrari hundido en el fondo de la parrilla, con McLaren dando tumbos y Fernando Alonso consumido por las convulsiones internas de Renault, un equipo que a dos semanas de comenzar el Mundial ni siquiera existía ha acabado llevándose la gloria con la única competencia de otro equipo que tenía que habitar en la mitad de la tabla: Red Bull. Para rematar, el año 2009 ha visto rodar la cabeza de Favio Briatore en una cacería humana al más puro estilo Kill Bill y un piloto, Jenson Button, que a un mes de la primera carrera estaba en el paro ha acabado en los más alto de una clasificación salpicada de “medios puntos” por culpa del inacabado GP de Malasia.

Button, el campeón, está lejos de ser el mejor piloto de la parrilla. Debutó en 2000 como la gran promesa británica pero algunos errores importantes, como chocarse en Monza con el coche de seguridad en pista, dieron con sus huesos fuera del equipo Williams. Recaló en Bennetton (actual Renault) , donde sus decepcionantes resultados le hicieron perder su volante a favor de un jovencísimo Fernando Alonso. Así acabó recalando en BAR, escudería fundada con la intención de ganar el Mundial pero que falló estrepitosamente una y otra vez en el intento hasta que la empresa propietaria, British American Tobacco, se hartó y se quitó el muerto de encima vendiendo el invento a Honda, que tres años después se desentendería del asunto regalándole el equipo al señor Brawn. A pesar de su irregular trayectoria, esta temporada Button ha sabido gestionar, tirando de experiencia, los dos grandes elementos que tenía a su favor: Primero, la superioridad que le confería el polémico doble difusor en las primeras carreras (el genio de Brawn, que supo ver huecos en el reglamento donde nadie más los vio) y la perfección aerodinámica de su bólido que le permitió ganar seis de las primeras siete carreras. Segundo, ha sabido administrar la amplísima ventaja ganada en el inicio del mundial frente a la carga de Vettel.

Pero el hombre del año es sin duda Ross Brawn, al que no se le reconoció del todo el su extraordinario trabajo sin el que Schumacher no sería, números en mano, el mejor piloto de la historia. Tuvo la capacidad de convencer a Richard Branson, dueño de Virgin, para que esponsorizase un equipo al que Honda había dejado en la estacada tras el fiasco de temporadas anteriores. Ha liderado un equipo que comenzó la temporada con el coche totalmente blanco, pero por el que el año que viene habrá cuchilladas para poder poner una pegatina en el último rincón del monoplaza. Ferrari y McLaren ya pueden andarse con ojo. Hay un nuevo forastero en la ciudad dispuesto a disputarles su supremacía. Y el forastero es jodidamente rápido.

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